EN ESTA HISTORIA, TÚ PONES LA MÚSICA

El tren para a Billie Cadillac en la estación, que está fría por el aliento de la noche en la espalda de los transeúntes. Es el último que está previsto para llegar, así que rondan las 23:45 de la noche. Lentamente, estira su abrigo y camina hacia la salida, pensando en encontrar un lugar cerrado en el que poder refugiarse al menos esa noche. Al poco tiempo ve un bar que está abierto: “La mezquita”, se llama. Entra y pide una cerveza al dueño, antes de explicarle su historia y pedirle un rincón del bar aquella noche. Al principio el hombre no parece muy dispuesto a dejar que un extraño duerma sobre una mesa del bar cuando nadie está allí. Sin embargo, cuando le escucha hablar y tocar, le ofrece que duerma en un cuarto fácil de vigilar desde el piso superior.

 

Y así se van sucediendo los días. Billie entra en el primer bar en el que lo acepten, toca las canciones que se sabe de su etapa con Blackhart y La fábrica clandestina y ameniza las noches a los ávidos bebedores, que van pidiéndose más y más cañas para ellos y para el propio Billie. Cuando no consigue un lugar donde dormir, siempre se va a su hogar improvisado con cartones en el callejón de la calle Fernando Curri, y allí duerme bajo un techo de cartón, a resguardo del frío y de las miradas de la gente. Mientras, su maleta, con varios discos de rock, dos manuales de guitarra, algo de ropa y aseo personal descansa a la izquierda de un improvisado lecho de bolsas de plástico.

 

Cuando llega la luz del día, Billie acude al banco de alimentos a conseguir el desayuno, mientras charla con otras personas que están en una situación parecida a la suya. Mientras hace migas con la gente de recepción, consigue información de qué lugares son los más indicados para ponerse a tocar por la calle o cuáles son las zonas más turísticas de la ciudad. Agarra la guitarra, se planta en el parque o en el banco y empieza a tocar y a cantar con una gorra puesta en el suelo para recoger las propinas, aunque por lo general no consigue más de cinco euros diarios.

 

Lo más difícil de su nueva “profesión” como músico callejero son las comidas. Los bares o los restaurantes son más propensos a darla por la noche, pero por la tarde les cuesta más, porque cuando entra con su maleta y su sombrero por sus puertas, los camareros suelen echarle para atrás y le vetan el paso. Como consecuencia, hay días que se queda sin tomar otra comida que el desayuno o la cena, y el resto de la jornada tiene que pasarla tocando música para consolarse. Otra de las dificultades que se encuentra es el trato que tiene con algunos dueños de los bares y pubs que se encuentra por el camino. Algunos llegan a insultarle y amenazarle para que se vaya y no les espante a la clientela.

 

Sin embargo, Billie se mantiene fiel a su intención principal de sobrevivir con los escasos “ingresos” que recibe de la música. Va perdiendo peso, no puede cuidar su aspecto ni su barba tan a menudo, pues tiene que elegir entre comprar comida o aseo personal, y sus ojos tienen un aire más apenado que antes. Sin embargo, tocar música al aire libre le permite conocer a músicos que se dedican a ello también o están creando sus propias bandas y le apoyan escuchando sus historias y ofreciéndole algún lugar más cómodo en el que quedarse a dormir, así como pequeñas sesiones de improvisación conjunta. Mientras, Billie aprovecha estas pequeñas jams para coger ideas y dar forma a sus primeras canciones originales, que tratan temas como la dificultad de sobrevivir por uno mismo o los conflictos personales que le surgen a uno cuando se relaciona con los demás. Son temas variados, tratados con melodías oscuras que poco a poco se van abriendo a otras más alegres y pegadizas. A partir de entonces, noche tras noche va interpretando sus temas en los bares y arrancando los aplausos del público.